domingo, 8 de abril de 2012

Au pied de cuchon


 Nos hemos levantado con una preciosa vista del patio de atrás de la casa, con la leñera, la nieve, el sol, la cabaña de madera... un regalo para la vista. Eso sí, aunque parezca que hace sol y buen tiempo, afuera hace 4 bajo cero y en cuanto te quedas parado un ratito el frío se mete por cualquier rendija del abrigo y te deja tiritando a la minima que te descuides. 

Hoy era el gran día en el que por fin, ibamos a comer en la cabaña de azucar en la que se prepara el sirope de arce y en la que uno de los cocineros mas importantes de Canada, el Chef Martin Picard,  durante unas pocas semanas abre un restaurante temporal y da de comer a unos pocos afortunados que tienen la suerte de conseguir una reserva. Este año han tenido más de 16.000 solicitudes y entre ellas, la de nuestro grupo fue admitida. 

Despues de unos cuantos kilometros en coche llegamos por fin a la cabaña de azucar. Tras un breve paseo por sus alrededores, en el que pudimos ver la cantidad de arces que tienen produciendo sirope, comprobamos lo profesionalizado que está el sistema de extracción, que antiguamente consistía en un cubo soportado en un arbol y un drenaje que hacía salir el agua del mismo. Ahora es un entramado de cables, tubos y gomas de drenaje que enlazan todos los arboles y llevan directamente el liquido a la cabaña sin necesidad de tener que pasar a recoger los cubos arbol por arbol. 

De ahí llegan a un hervidor que hace evaporarse el agua aquedando unicamente el jarabe como reducción del agua que se extrae del arbol. Este hervidor antes era de leña y tenía que alimentarse continuamente 24 horas al día sin interrupción. Ahora son maquinas alimentadas por depositos de gasoil que hace las funciones. 







Este proceso se ejecuta unicamente en un periodo corto de tiempo durante unos pocos días al año, en los que la temperatura baja de cero durante las noches y sube de cero durante la mañana. Es en ese momento cuando los arboles comienzan a generar ese agua y es posible extraerlo. Antes de ese momento, cuando dia y noche son frios, el arbol no genera el agua, y despues, cuando ya las noches no son tan frías, el arbol tampoco genera el liquido tan preciado. 




Es en esas semanas cuando abren las cabañas de azucar a lo largo de todo el territorio de Quebec y diversos chefs ofrecen menus de comida en los que el sirope de arce es protagonista.

En nuestro caso, además, se trata de uno de los chefs mas famosos de Canada, por lo que a mi me hacía mucha más ilusión. 

Antes de poder entrar al salón, mientras preparaban las mesas, estuvimos merodeando la cabaña, viendo la enorme barbacoa en la que preparan el cerdo ahumado, husmeando en la enorme cocina visible detrás de las cristaleras, en la que los cocineros se afanan por preparar los platos que en breve comeremos en un entorno de buen rollo, con musica de fondo, maquinas de cocina de todo tipo por todos lados y la sensación de que en ese momento, en ese sitio se está haciendo algo importante. 

En la parte exterior de la cocina hay una hamaca en la que descansan los cocineros de vez en cuando, y sobre la que reposa una manta hecha con la piel de un oso. Vease, la cara de asco con la que mira la mantita la parienta. 




Y por fin entramos, una cabaña en la que cabemos 100-150 personas en bancos y mesas alargados de entre 10 y 15 personas. Sin mantel, sin tonterías. Aquí se viene a comer y nada mas. 

Una jarrita de sirope de arce sobre la mesa nos adelanta la temática del evento y antes de que pudieramos dar cuenta de la primera jarra de cerveza, comienzan a salir los platos. 

Primero los entrantes, un sushi maki de esturión, con un wasabi con sirope de arce y virutas de oro por encima. Si, he comido oro. Supongo que por ese motivo, también cagaré oro esta noche. Será la primera vez en mi vida que cague oro. Qué glamouroso !!! jajajaja. 


Al Sushi le acompaña un arenque estilo holandés que está delicioso, unicamente macerado y con cebolla, patata y crema agria. 

A su lado un plato de sesos con boudine (la morcilla sin piel de ayer). Yo nunca habia probado los sesos, pero creo que después de esta vez los volveré a comer. La pinta que tienen no invita a su ingesta, y el conocer lo que son tampoco, pero no era el momento de ponerse melindroso. Aquí habiamos venido a probar todo y eso hicimos. Comer. Y qué buenos. 



Cuando creiamos que los entrantes habían terminado, es cuando llegaron muchos más. Un pastel de carne que basicamente podría haber hecho de segundo plato o incluso plato unico en cualquier menu, y  que aquí simplemente era un entrante más, al que le siguió un vol au vent de foi grass con bechamel y queso fundido y otro pastel tipo quiché de langosta con carne ahumada y `pimentada por encima. 

En este punto es cuando pensamos que ibamos a reventar, pues aún no habían llegado los platos pricipales y ya estabamos llenos. La camisa con la que había venido abrochada, ya me la habia tenido que desabotonar, y menos mal que traía un polo debajo. 





Con un paseito por la cabaña para rebajar la conciencia, continuamos con  el festín, que siguió con el cerdo ahumado que vimos en la barbacoa de fuera ahumandose, un pato entero para cada dos personas y una cazuela de fabes con más pato, parecida a la cassoulete tipica de Carcassone que me zampé este verano, pero en cantidades industriales. 




A estas alturas ya teníamos varias bandejas de papel de plata con las sobras de distintos platos previos con los que no habíamos podido dar cuenta, y la certeza de que no podríamos comer mucho más a partir de aquí. Esto no es un menu degustación, es un menu destrucción. No hay persona humana capaz de comerse todo lo que el bueno de Martín Picard pone sobre la mesa. 


Para rematar los 5 postres distintos a cual más delicioso impiden que uno se relaje y de por finalizado el banquete. 

Queda lo mejor, la piruleta de jarabe de arce sobre nieve, helado de sirope de arce, algodón de azucar de sirope sobre pastel de crema de sirope de arce, miniconos de helado de sirope con sirope dentro y por ultimo las tortitas con sirope, fritas en la grasa del pato, deliciosas pero insanas como comer arsenico.

Por ultimo nos sacaron unas pastillas que parecían caramelos, y justo antes de llevarme uno a la boca, llegó el camarero con un jarra de agua caliente, los remojó e inmediatamente se convirtieron en toallitas humedas para limpiarse las manos. Este fue el fin del banquete, y casi me como la toallita de manos. menos mal, pero joder, esto se avisa porque despues de comer 17 platos, te traen unos caramelos de menta y te los zumbas igualmente. 


Gracias a Louise, la madre de Laurence, que fue profesora y juez en un concuso en el que se presentaba Martin Picard cuando era joven, pude saludar al Chef y hacerme una foto con él. Casi se me saltan las lagrimas de emoción, pero es que los que me conoceis, sabeis que ultimamente el mundo de la cocina me atraé profundamente y conocer a uno de los genios de la cocina de este pais, es un gran honor. Y poder vivir un par de días en casa de otra de las grandes aún mas. Gracias Louise. 


Naturalmente salimos de la cabaña con el cinturón desabrochado, el botón superior también y la cremallera a la mitad. Si no hubiera sido porque dimos un paseo y nos paramos en una destilería de hidromiel, creo que hubiera sido aún peor la digestión. Los vinos de hidromiel no son los de los elfos, pero son curiosos.  Aunque nada del otro mundo, para ocasiones especiales pueden ser muy originales. Nosotros optamos por llevarnos una sidra de hielo como la que probamos en casa de los padres de Laurence que estaba deliciosa. 

De vuelta a casa tomamos la carretera secundaría y recorrimos varios pueblos tipicos de aquí, de los de cabaña, tienda de Groceries, iglesia de madera pequeñita y gente encantadora como en todo Canadá estamos encontrando. Paramos en un lago helado sobre el que al parecer me comentó Louis, determinados aviones que utilizan aun para trayectos cortos, pueden despegar y aterrizar sin problemas.





El padre de Laurence es un pozo de conocimientos infinito. Es un placer charlar con él de cualquier cosa, y he disfrutada cada una de estas conversaciones como si fuera un amigo de toda la vida. Al llegar me enseñó su moto, un kawasaki clasica preciosa y uno de sus coches, de marca inglesa poco conocida, y un poco hecho polvo, pero que tiene esperanza de poder restaurar algún día cuando terminen de remodelar la casa y que, por lo que me contó es una joya con un motor V8 de 5.200 cc. 

Y así, entre digestiones pesadas, Canada Dry y conversaciones en inglés y francés con los padres de Laurence, anecdotas e historias curiosas, la mayoría sobre comida, a la vera del fuego en el salón de la cabaña, terminamos un magnifico día que recordaremos toda la vida. 

Gracias Laurence & Andrés, Gracias Louise & Louis...
y Gracias Martin Picard.

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